En esta carta comparto dos experiencias que viví y que contrastan con lo ocurrido en la residencia de Olivos el año pasado. 1) En 1968, cuando un capitán del Ejército nos enseñaba a los cadetes las cualidades requeridas para ejercer el mando o dirigir un grupo, nos dijo: “Para poder dar una orden o exigir algo a alguien, hay que tener autoridad moralˮ. Y agregó: “Yo no puedo exigirles a mis soldados que salten 1 metro de altura, si yo no salto 1,20 metroˮ. 2) En 1969, mientras estábamos en instrucción militar y nos arrastrábamos por el campo de entrenamiento, el teniente a cargo del grupo, viendo nuestra displicencia para obedecer las órdenes de “correr y arrastrarseˮ, hizo que formáramos en semicírculo y que lo observáramos para mostrarnos cómo debíamos acatar las órdenes. ¡Nunca vi a nadie correr y arrastrarse en el campo, entre ramas y rosetas, con tanta energía! Cuando el oficial regresó, con la camisa rota y el pecho y los codos sangrando; a viva voz nos preguntó si nos había quedado en claro cómo obedecer las órdenes. Un rotundo sí fue nuestra respuesta. Luego, él dio las órdenes y nosotros cumplimos usando toda nuestra energía, solamente, porque vimos su ejemplo. Estas dos experiencias fueron una excelente manera de enseñarme lo que es la autoridad moral y la ejemplaridad, cualidades “sine qua non” para poder dirigir a otros. Lo ocurrido en la residencia de Olivos en 2020, en plena vigencia del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio decretado por el Presidente, muestra que Alberto Fernández y otros no acataron con lo ordenado en su propio decreto. Este hecho, difundido recientemente, exhibe en forma notoria la falta de autoridad moral y ejemplaridad que tiene quien nos preside, lo que es muy perjudicial para los argentinos.

Rodolfo Gerardo Ezquer

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